NOMBRES

Hubo un tiempo en que España era Cádiz. Si, según un asturiano, “España es Asturias y lo demás territorio conquistado”, evocando lo ocurrido en el siglo VIII con leyenda de don Pelayo y la numantina defensa contra los imparables árabes, unos nueve siglos más tarde España se había limitado a la Tacita de Plata. Los gaditanos eran, en este caso, los irreductibles resistentes contra la mayor potencia militar europea, tal vez mundial, cual era la Francia napoleónica, que tenía la bota en el cuello de nuestro país mientras acariciaba el lomo de nuestros indignos reyes (emérito y vigente) más allá de los Pirineos.

España había pasado de ser un barrio de Asturias a una nación con veinte millones de kilómetros cuadrados, para volver, cual acordeón, a convertirse en la provincia andaluza que se negaba a hablar francés. Y para que eso quedara claro, redactaron la constitución de 1812, dicen que la más adelantada de su tiempo. Más que muchas hoy en día.

El pueblo gaditano es viejo sin ser antiguo, sabio sin ser resabido, atrevido sin ser temerario, y tiene gracia sin necesidad de hacerse los graciosos. No se puede tomar al pueblo gaditano en vano, diría yo, porque corres el riesgo de que se te mofen en la cara sin que tú te des cuenta. Que el cachondeo es algo que se toman muy en serio.

Eso es, seguramente, lo que le ha pasado al alcalde Kichi, que como no había otra cosa mejor que hacer, decidió establecer uno de esos “procesos participativos” mediante el cual sería Cádiz quien pusiera nuevo nombre  al estadio Ramón de Carranza. Ramón de Carranza había sido un conocido hombre de los regímenes dictatoriales (Primo de Rivera primero y Franco después), vaya por delante.

Las propuestas que llegaron, fueron de traca. La mayoría querían que el nombre quedara igual, o como mucho, Carranza. Y luego vinieron otras opciones. Santiago Abascal la primera, Franco la segunda.

Un simplón lo tendría claro: “mucho facha suelto en Cádiz”.

Pero algo me dice que los gaditanos son todo menos simples.

La comisión nombrada dijo entonces que nada de nombres propios, porque envejecían mal.

No tengo una bola de cristal, pero algo me dice que Cádiz tiene otros problemas más acuciantes que nombrar una comisión formada por cinco concejales, el Departamento de Historia Contemporánea de la Facultad de Filosofía y Letras de la UCA, Colegio de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras de Cádiz, Brigadas Amarillas y Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía para cambiar el nombre de un estadio. Si quieres cambiar el nombre, cámbialo y punto. Pero si vas a dar la plasta con un procedimiento democrático, abierto, transversal y transparente para consultar a la ciudadanía acerca de la aplicación de una ley con la finalidad de cambiar un nombre… si esa ciudadanía es la de Cádiz pues, como se dice ahora, te trolean.

Me acordaba yo de lo listos que fueron los que pusieron nombre a las calles de Manhattan.

–De abajo parriba, del uno al setenta, y de un lado a otro, del uno al doce. Y no me hagas perder más el tiempo…

Por eso suena tan cinematográfico eso de coger un taxi y decir “me lleve a la cuarenta y dos con la sexta, por favor”.

Aquí podríamos haber hecho lo mismo.

Pero claro, seguro que llegando a la treinta y seis se habría formado el lío otra vez.

País…

 

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