PENA

De chiquillo era uno más ruin que mierdaperro. Cuando no pisaba todo el trigo del vecino para ir a buscar el balón (el trigo era más alto que yo y claro, no veía un carajo), nos liábamos a pedradas con los pájaros y rompíamos algún cristal o bajábamos de la plaza en bicicleta sin manos y sin frenos y terminábamos debajo de algún coche, o con la rueda de la bicicleta hecha un ocho y con las rodillas como un mapa. Una infancia asilvestrada como tuvimos en mi generación traía consigo el inevitable castigo, el más cruel de los cuales era que te sentaran en una silla junto a la ventana. Allí, castigado, veías a los demás jugando a la pelota y acababas bajando a todos los santos del cielo en fila india.
Pero lo que para mí era castigo, para otros elementos de catadura similar era pena.
–¿Está fulano?
–Está penado
Joder. Penado. Aquello sonaba fatal. No sabía entonces si la palabra devenía directamente del código penal o que al estar sentado en una silla al colega le invadía la pena.
Intentaba yo descifrar el significado del término cuando escuché una conversación que ya me sumió en la penumbra del desconocimiento del todo. Dos tipos, Record verde apagado en la comisura de los labios, miraban un muro que había junto a la carretera mientras uno de ellos se rascaba la cabeza.
–Esto está “empenado”.
–Hay que botarlo abajo antes de que se “envorque”.
Yo miraba el muro y veía que estaba claramente inclinado. Entonces no supe si “empenado” significaba inclinado o era una derivación de “empinado”. Pero empinado no podía ser, porque estaba a punto de “envorcarse”. Este último, por otra parte, tenía toda la pinta de ser un verbo reflexivo. Yo me “envorco”, tu te “envorcas”, él se “envorca”…
Claro, pensaba yo, que al estar inclinado, la palabra “empenado” podía también derivar de la palabra pena, como la pena de mi amigo sentado en la silla. Sólo que, en este caso, una pena auto infligida. Así que razoné que, tal vez, cuando uno se empena, el acto bien pudiera ser asimismo reflexivo.
¿Me empeno, luego me envorco?
No. No lo veía claro.
Lo cierto es que el muro lo tiraron abajo y lo hicieron nuevo, en este caso “a estuerzo” con la casa y la carretera. Ya cuando escuché lo de “estuerzo”, reconozco que fue demasiado para mis ocho años recién cumplidos. Menos mal que a mi amigo le conmutaron la pena y encontré el balón en el trigo.
Le pregunté sobre el “envorcamiento” y sobre el “empenamiento”, pero no quería ni oír hablar del asunto, porque llevaba ya dos horas penado y estaba hasta los mismos. Así que, por si acaso, nos fuimos a jugar al campito, más arriba, donde uno se podía “envorcar” sin mayores problemas adyacentes.
Comentando el asunto recientemente con una amiga venezolana, me aclara ella que “pena” significa “vergüenza” en muchos países americanos. En Venezuela entre ellos. Miro en nuestro diccionario y efectivamente ahí está. Observo, por otra parte, que “pena” también tiene otra acepción, cual es la “cinta adornada con una joya en cada punta, que usaban las mujeres anudándola al cuello y dejando los cabos pendientes sobre el pecho”. Si en aquella época me dicen que una mujer llevaba la “pena al cuello”, me hubiesen roto definitivamente los esquemas”.
Hoy es fácil. La velocidad y omnipresencia de la red ofrece todas las respuestas a todas las preguntas, y estas dudas terminológicas que uno se planteaba antes, ya no existirían.
Pero tampoco la curiosidad que las mismas suscitan. Como me dijo otro amigo venezolano: “pana, desde que existe la Wikipedia se jodió el debate”.
Una pena…
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