POR CUÁNTO

Hay cosas que no tienen medida. Como la bondad. O también la maldad. La imaginación, la fantasía. La belleza. Tal vez la pena. Si esta fuese insondable quiere decir que no importa cuan profunda sea la sonda que se envíe, no tocará fondo. La felicidad no tiene medida. Tampoco el amor. El “I love you three thousand” que proclamó la hija de Ironman en la famosa peli hace gracia precisamente por eso. No se puede medir el amor. Se ama, o no se ama. ¿Cuánto amas? Qué pregunta más tonta. Hasta el cielo, donde quiera que esté eso. Una alegría inmensa hace palidecer la medida que trata en vano de abarcarla. Inmenso es igual a mil. Tal vez a diez mil. O diez mil millones… ¿de qué? El orgullo, el coraje, la fuerza de voluntad.

La esperanza.

Otras cosas son finitas. Como los años. O el tipo de interés. ¿Cuánto cuesta? ¿La alegría? No, estos pantalones. Ah, pues quince. Vale. Cuánto ganas, en cuántos meses lo pagas, cuánto pesas, cuánto debes. Cuánto vales. Cuánto quieres. Quiero el cielo. Déjate de monsergas y céntrate. No eres serio. Dime los megas que tiene tu móvil. ¿Puedo mandarte esta foto? No tengo datos. Compra datos. No tengo dinero. Compra el dinero. He de ganarlo. Cómo. Trabajando. Cuántas horas. Demasiadas.

¿Cuánto vale una hora?

¿Cuántas horas me quedan?

No lo sé, pero son finitas. Solo lo sabré cuando haya muerto. Entonces alguien podrá contarlas. Yo no. Pero mientras tanto viviré como si mis horas fueran ilimitadas, y emplearé mi tiempo, y las horas, en cosas que se cuentan. Eso es lo serio.

La belleza de una canción no es mesurable. Su partitura sí, pero es la expresión de lo incontable. El mensaje de un cuadro no es cuantificable, pero sí la pintura que se aplica. Si embargo, un cuadro es la expresión de algo cualitativo, del talento, que tampoco tiene medida. De la capacidad de expresión. Y de abstracción.

Vivimos encadenados por lo cuantitativo, y en realidad aspiramos a lo cualitativo. A lo sublime, a lo eterno, a lo que no tiene peso, ni precio, ni medida, ni tamaño.

Quiero lo sublime, pero me conformo con un sueldo y te doy mis horas. Cuánto vale cada hora de mi vida.

Mi vida no tiene precio. Pero mis horas sí.

Pon precio a tu hora.

Y empieza pidiendo lo imposible.

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