REBELDES vs. REBOTADOS

Dice un proverbio mongol:

“el sabio habla de las ideas

el inteligente habla de los hechos

el vulgar habla de lo que come”.

 

Cuando me mando un chuletón siempre lo cuento, así que supongo que seré de los vulgares, pero valga el dicho popular para ilustrar la falta de ideas que últimamente puebla nuestro mundo. Las ideas, igual que los regalos de cumpleaños adquiridos en grandes centros comerciales, vienen ya definidas, empaquetadas y con un lacito de satén. Monísimas. Uno escoge en la estantería de ideas aquélla que le viene bien y la compra. Y luego la muestra con orgullo y satisfacción… o algo.

Sin embargo, las ideas son… o deberían ser, el último bastión de la artesanía. Construidas con base a unas materias primas que deberían estar compuestas por cultura, experiencia, observación, meditación… y una buena dosis de humildad. Tal vez ésta última sea la más importante de todas, que puede, en su caso, sustituir a cualquiera de las anteriormente mencionadas en caso de no disponerse.

Eso no se compra en un centro comercial.

Y además, ponerle un lacito encima es hortera.

Porque la humildad, junto con la renuncia, el esfuerzo y la paciencia, son la base del progreso. Si no nos damos cuenta de que de que somos lo que somos más lo que podemos llegar a ser, nunca llegaremos a ser lo que en realidad creemos ser.

Chiquito galimatías, ¿no?

Miren, y esto es algo que comentaba recientemente con una amiga, no es lo mismo ser un rebelde que ser un rebotado. Nuestra generación, la de los nacidos en los años sesenta, tal vez finales de los cincuenta y también los de los setenta, jamás hemos carecido de nada. No hemos vivido guerras, ni tampoco posguerras. Si me apuras ni dictadura, pues llegaba a su fin cuando nosotros abríamos los ojos al mundo. No hemos pasado necesidades, ni penurias, ni por supuesto hambre. Hemos crecido con expresiones como la economía social, los derechos, la garantía del Estado, la libertad de opinión y cosas así, y nos hemos pensado que eso viene dado por definición. Que ese es el campo de juego, y que siempre lo será.

No fue igual para nuestros antepasados que se exiliaron, algunos por motivos ideológicos, otros por hambre, muchos por las dos cosas. Tampoco para los que se quedaron y sacaron a sus familias adelante con sus manos y su fe como únicas herramientas verdaderamente fiables, porque todo lo demás les había fallado. Esos vieron el panorama, dijeron que no, que no les gustaba, y se plantearon cambiar las cosas.

Es un acto íntimo, eso de decir que no.

Se interioriza, se vive con ello, se lleva a todas partes, preside la vida de uno. La determinación no se negocia, no se pide, no se exige. Se adquiere por fuerza y voluntad propias.

Eso es un rebelde, en mi opinión.

No es lo mismo que un rebotado, que se define por aquella persona que actúa de forma reactiva para quejarse. Contra los padres, contra los profesores, contra el sistema, contra el gobierno, o contra los que están contra el gobierno. Es alguien que quiere que las cosas cambien, pero que las cambie otro. Quien sea, pero yo no.

El rebelde es proactivo, el rebotado es reactivo. Uno quiere cambiar las cosas, otro quiere que se las cambien. La diferencia, a mi juicio, es palmaria.

Hoy miramos a las Administraciones Públicas y esperamos su dinero, mientras elaboramos teorías de por qué no podemos hacer nada. Bajamos los brazos y buscamos a quién dirigir nuestra ira y nuestra frustración, sin ser conscientes de que las generaciones futuras están mirando hacia nosotros para buscar un ejemplo. Ése que nos dieron los rebeldes de antaño a nosotros, nuestros mayores, que buscaron su inspiración y lucharon por su futuro… y por el nuestro. Tal vez sea por eso que las generaciones que vienen detrás se sientan algo derrotadas. Porque nos ven a nosotros derrotados.

¿Que no podemos hacer nada? No es cierto. Podemos hacer muchas cosas, además cada uno de nosotros. Podemos, para comenzar, cambiar el discurso. Aportar lo que tenemos, pensar que está en nuestra mano, colaborar con los que piensan igual que nosotros y también con los que no piensan igual. Respetarnos, escuchar, interiorizar, aprender, pero de verdad.

En un orden de cosas un tanto más prosaico, intentar no convertirnos en una carga para el Estado (o sea, para los demás). Hay mil formas de hacerlo, de ahorrarle dinero a la colectividad. Lo de aportar al Estado ya es para nota, pero simplemente con no ser una carga para los demás, ya estamos siendo unos valientes.

Unos rebeldes, en realidad, porque ya nadie cree en el Estado.

La opinión que subyace tras lo que se lee en los últimos tiempos es la de impotencia estatal para dar respuesta a sus administrados, y todo está supeditado a una serie de decisiones a ser adoptadas en algún parlamento lejano donde nieva en invierno y donde se habla otro idioma. Y no es así. Si eliminamos de nuestra mente las corruptelas, corrupciones y similares de este y de aquél, nos daremos cuenta de que aquí se pueden hacer cosas, como siempre se han hecho. Pero de algún modo nos han metido en la sesera que no. Que no hay nada que hacer, salvo quitar dinero a “los ricos” (habría que definir “rico”) para ayudar a los demás. Mientras tanto nos entretenemos con los escándalos, con Netflix… y ya.

Pero eso ya no cuela.

Por tanto, propongo que los que estén leyendo esto y se reconozcan a sí mismos como rebotados, deserten para pasar a jugar en el equipo de los rebeldes.

Es que nos falta gente.

 

1 Comment
  • Ana Suárez

    agosto 19, 2020 at 11:41 pm Responder

    Rebelde porque, tiene que haber otra manera. Rebelde porque es así como se honra al individuo (indiviso) y a los que nos precedieron y nos facilitaron el camino lleno de regalos, tantos, que ni siquiera nos paramos a apreciarlos porque estaban ahí, bien dispuestos y asequibles. Nos volvimos idiotas con tanta comodidad y tanta vista hacia fuera y tan escasa mirada hacia adentro, escapando aterrorizados del silencio interno, de la observación que nos lleva a hacernos preguntas y de la contemplación que te entrega respuestas.

    Nada nuevo bajo el sol. Viejo es el divide y vencerás.

    Nuestros ancestros sufrieron, lucharon, sobrevivieron. También amaron, ¿cómo no?. ¿Qué estamos haciendo nosotros, por nosotros mismos, para honrar su legado y honrar nuestros dones, capacidades y talentos para entregar a la vida lo mejor de cada uno y crear comunidad?.

    Es profundo lo que sucede en nuestro mundo ahora mismo y seguimos despistados, distraídos, dispersos, aborregados y rebotados.

    Rebelde porque, tiene que haber otra manera y si no existe, tendremos que crear una nueva. Poco hemos aprendido si continuamos tirando balones fuera y buscando culpables o salvadores externos.

    En realidad, todo es nuevo bajo el sol si decidimos ver de otra manera. Tal vez una mirada más amable y compasiva; especialmente con las personas y situaciones que en principio nos revuelven las tripas. Crear nuevo con responsabilidad y dejar de jugar a víctimas y verdugos.

    Amigo mío, siempre es un placer leerte y escucharte. Y hermoso es poder abrir caminos de auténtico diálogo y escucha. Gracias

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