RICK´S

Película: Casablanca.
 
Lugar: Rick´s, café Americain.
 
En uno de los escenarios más famosos del universo cinematográfico, el gendarme irrumpe y hace sonar su silbato.
 
–Todo el mundo debe abandonar el local. Se cierra este café hasta nuevo aviso –dice muy serio–. Salgan inmediatamente.
 
El propietario del café, Rick, protagonizado por Humphrey Bogart, se le encara.
 
–¿Con qué derecho me cierra usted el local? –le espeta.
 
–¡Qué escándalo! ¡qué escandalo!, he descubierto que aquí se juega… –le contesta el gendarme visiblemente airado.
 
Entre sorprendido e incrédulo, Rick hace por marcharse mientras un empleado del local le entrega un fajo de dinero al gendarme.
 
–Sus ganancias, señor… –le dice el empleado al gendarme.
 
–Muchas gracias –contesta este, metiéndose el dinero en el bolsillo–, ¡todo el mundo fuera!
 
Es, probablemente, la mejor definición de cinismo que he visto en mi vida.
 
Había un objetivo a cumplir, que era inexcusable. Era cierto que el gendarme acudía al local habitualmente. Cierto también que el mismo gendarme frecuentaba las mesas de juego. Hasta lo dejaban ganar, para que el buen rollo fluyese. También era verdad que el juego estaba prohibido por la autoridad. Y, por último, no cabía duda de que él era la autoridad.
 
Pero… (y siempre existe un pero), en un momento determinado el café de Rick tenía que cerrar sus puertas. ¿Los motivos? Irrelevantes en ese momento. Tenía que cerrar y punto. El motivo real era el que fuera. El motivo oficial… era asimismo irrelevante. Podía ser cualquiera. En realidad se trataba de una simple coartada para actuar de un modo determinado. Por ejemplo, que en aquel establecimiento se jugase. ¡Qué escandalo! Va contra la ley…
 
Se cerró el local y Rick quedó solo, con cara de pazguato.
 
Película: Casablanca
 
Año: 1942. Ha llovido.
 
Lugar: Casablanca (Marruecos).
 
Las diferentes agendas de España y Marruecos parecen claras. Uno busca la integración europea, la agenda social y la mejora de la economía. El otro busca la expansión territorial y la consolidación de su liderazgo en una zona clave del planeta. Geoestratégicamente, España y Marruecos están ubicados en un lugar privilegiado y ambicionado por muchos. Pero el doble lenguaje empleado por el vecino, unido a sus veladas amenazas han puesto de manifiesto la debilidad de España en algo tan esencial como la propia identidad. La excusa oficial para ello: la atención hospitalaria del líder de Frente Polisario. Que no digo que no haya sido un error de España, que lo ha sido. Pero me temo que ha jugado más como coartada para la actuación posterior que ninguna otra cosa.
 
No ayuda en absoluto que dos de las potencias mundiales que se sientan con carácter permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, Estados Unidos y Francia, estén del lado marroquí. Las otras tres, China, Reino Unido y Rusia, no son especialmente amigas de España. Tampoco enemigas. Simplemente van a sus propios intereses.
 
La Unión Europea está liderada por Francia y Alemania, y esta última tiene unas relaciones pésimas con Marruecos, pero está pasando por la crisis de puntillas. Seguramente porque tampoco le va mucho en ello.
 
Al final, como siempre, España está sola.
 
Menos que sola.
 
La primera reacción del líder de la oposición consiste en un apoyo al gobierno en la defensa de nuestras fronteras, seguido de la recriminación generalizada de toda la actuación del ejecutivo. No pueden evitarlo, la falta de grandeza es absoluta, a mi modo de ver. La respuesta del presidente Sánchez, a mi juicio un tanto impostada, es buena para su bancada, pero no creo que sea lo que los ciudadanos estamos esperando en un momento de debilidad institucional, económica y social como la que vivimos. El fango lo invade todo de forma irremediable.
 
Mientras, el sufrido ciudadano se levanta cada mañana para salir a luchar por su futuro, y a esperar que la próxima ocurrencia del gobierno no consista en una nueva alza de impuestos, o una nueva discusión en esa greña eterna que nuestros gobernantes no se cortan en mostrar día a día, como si sus egos personales fuese algo que nos importase lo más mínimo. Y las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, y el Ejército, dando el do de pecho por un país… cuyos gobernantes con su actuación se muestran indignos de su profesionalidad.
 
España tiene un problema de identidad. No es de ahora, ya estaba. Seguramente nacido del cambio dinástico de 1700, revisado y puesto al día con la invasión napoleónica por la indolencia de dos reyes lamentables a principios del siglo XIX y remachado con la generación del 98, testigos de excepción de cómo el castillo se redujo a escombros. A partir de ahí hemos tratado de buscar nuestro norte divididos, peleados y, como se ha visto, con absoluta falta de grandeza.
 
Este es un país raro.
 
El duque de Wellington, figura clave en la guerra de la independencia enviado por Inglaterra para echar una mano (por eso es hoy Grande de España), dijo que “España es el único lugar donde 2 y 2 no suman 4”. Karl Marx estaba convencido de que “no hay ningún país tan poco conocido en Europa como España”. Jaime Gil de Biedma afirmó que “de todas las historias de la Historia, sin duda la más triste es la de España porque termina mal”.
 
Pero me quedo con la frase el poeta Manuel Alcántara, que en cierta ocasión dijo que “en España, todo lo que no hace el pueblo se queda sin hacer”.
 
Y como miembro del pueblo, modestamente alzo mi voz para que se ponga fin a este desatino.
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