#SEJELHOMBRE!!

Medía más o menos metro noventa. Largo, enjuto de carnes y serio, el camarero trataba de ocultar bajo la mascarilla una mueca de desagrado cuando nos vio entrar. Tras un día de golf, agua y viento como sólo es posible ver en Bilbao, los quince poblamos la mitad de la enorme barra del bar que, en forma de U, tenía dispuestas en su cabecera los grifos de cerveza que parecieron saludarnos al entrar. Al ver las impúdicas perolas de comida, las palabras comenzaron a superponerse unas a otras. Una de chopitos paquí, mete caracoles, yasmimadre el pil pil ese, mira a ver si haces una tortilla de bacalao, que sean dos, ¿tienes chuletón? Estás tardando en meter uno al fuego yamismo, que sean dos, quince cañas, cuatro vinos… Sejelombre, coño! Si meter comida en el cuerpo de quince hambrientos es una tarea de por sí complicada, imagínate cuando no tienes reserva en un sábado por la noche, en las Siete Calles de Bilbao y con aquello petado. El asunto se vuelve de ciencia ficción. En el bar de la Calle del Perro, a medida que llegaban los platos, Chewy, gran conocedor de la noche, ya pedía otro para que la cosa tuviera regularidad. El arribo de alguna vianda se celebraba con un #Vamosniño!, y gritos de ánimo similares. Bajo la mascarilla, fue inevitable que apareciera dibujada una sonrisa en el semblante del esforzado camarero, que ya había optado por no atender a nadie más.

Esa noche fue diferente a la anterior, donde el Berria nos esperó con dos mesas perfectamente dispuestas y un camarero esencia de la profesionalidad en forma de atención impecable. Comimos, bebimos, fumamos y nos echamos unas risas, para terminar con un Arehucas en un bareto donde no cabía ni el aire. Me tiraron una copa llena al suelo de un codazo, y no tardó dos minutos en aparecer un camarero, escobillón en ristre, para dejar el lugar impoluto. Cuando pedí una segunda copa, no me la cobraron. La inexplicable conexión vasco-canaria (alguien debería estudiar eso), tuvo su cénit en el trato que el personal, los socios y hasta el presidente de Neguri nos dispensaron en uno de los clubes más excelsos de España… qué coño, de Europa. Un entorno privilegiado, sobre el mar Cantábrico, con medio recorrido links y medio de bosque, con calles bien trazadas, greenes perfectos, vuelo de bola caprichoso y ubicación impagable. No desmereció el día anterior la casa de Seve, Pedreña, que tras unas croquetas, unas pochas y las correspondientes cañas para meter condumio ante lo que venía, nos engañó con un poco de lluvia para luego lanzar sobre nosotros unos bien recibidos rayos de sol, que dieron mucho brillo a la partida y profundidad al mar que nos rodeaba, con el Palacio de la Magdalena presidiendo el acto al fondo.

¿Qué cómo se organiza un viaje de tres días, cuatro partidas de golf, dos cenas, dos vuelos de seis horas en total, y a quince fulanos con sus correspondientes trastos, copas, hotel y demás? Fede no se ha visto en otra, pero él es la respuesta.

Grupo impagable y momentos irrepetibles, con unas risas que sobresaltaron a una pobre teja que, de repente, se vio protagonista del absurdo por obra y gracia de Pepe, el culpable de que este grupo sea una realidad. Decidió que el noble material de construcción, que embellece nuestras calles y nos protege del agua, debía ubicarse en la bolsa de Charly que, finalmente, tuvo que cargar Martín desde Tenerife, para verse encumbrada por mor de Nacho como la titular del nombre de una peña innombrable, más parecidos a los Looney Tunes que a un grupo de golf con fundamento.

La teja, ante el inesperado destino que se dibuja ahora ante sí, abre sus manos con las palmas hacia arriba y menea la cabeza a izquierda a derecha, mientras recita la frase que ha hecho fortuna: “¿A estos me los cargo al hombro…?”.

Si quieres, escoge para ti alguno de los personajes de los populares dibujos animados, aunque yo me centraría más en dilucidar cuál va a ser el próximo destino.

#VamosNiño!!

 

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