SOBERANOS

Uno es de combustión lenta. Como las vacas. A fin de que no se vire el buche, se echa el entullo gañote abajo y que el estómago vaya amasando. Luego, cuando el asunto esté debidamente tramitado, se envía nuevamente arriba ya disponible para su uso.

Al respecto, me acordaba hoy de Felipe González en su primer mandato. Ganó las elecciones por aclamación (202 diputados, o sea, ciencia ficción a día de hoy) con varias consignas. Una de ellas era “OTAN, de entrada, NO”. Era una cuestión tan obvia que nadie se atrevía a opinar de forma contraria. En aquella época, el PSOE podía proponer casi cualquier cosa, que la gente iba detrás fielmente, entre otras cosas porque las alternativas causaban espanto. Pero cuando el hombre llegó al poder, cambió de opinión. Resulta que OTAN a lo mejor resultaba que sí.

Se formó un debate en la calle espectacular, y se esgrimieron todos los argumentos que usted pueda imaginar. Había tema, cada uno defendía su postura en los medios de que disponíamos entonces. Llegué a escuchar a un contertulio que la OTAN era interesante porque nos daría acceso a la tecnología punta del planeta, y que empresas como la AT&T se implantarían en España si entrábamos. Otros decían que entrar en la OTAN implicaba que los rusos dirigirían los misiles también a España, y cosas así. No éramos felices ni ná.

Claro, pero habiendo ganado las elecciones diciendo lo que se dijo, Felipe decidió consultar a la peña. Todavía me parece escuchar a un viejillo en la barra de un guachinche, cuarta de vino en ristre, preguntar a otro: “Y tú, en el reverendo ese de la OTAN, ¿qué vas a poner?”. El otro de milagro no le dijo “una equis”, o similar.

Se votó. Y salió que sí.

Claro, si ves el mapamundi, lo que sale en el centro de la mitad del medio es España. Las potencias antisoviéticas no iban a permitir que una nación ubicada estratégicamente como la española (fíjate si éramos antiguos que todavía éramos nación, no un estado, un país, una multinación y todas esas cosas, como semos hoy, mucho más modernos) fuésemos por libre.

Sí a la OTAN. Padentro. Nada que objetar. El presi cambió de opinión respecto de lo que dijo cuando se presentó en las elecciones, pero la gente refrendó dicho cambio de opinión.

Aznar en cambio hizo lo contrario. Ganó las elecciones por mayoría absoluta en 2000, y en el 2001 el mundo cambió para siempre. El ataque a las torres gemelas puso al planeta en pie de guerra, y él se sumó al bando beligerante con Irak, a pesar de que el pueblo español salió a la calle a decir que no. Que de guerra nada. Pero él no escuchó. No preguntó. Fue al lío, y en 2004 lo pagó en las urnas.

No se puede pasar de la gente de esa manera, pienso yo.

Hoy el presi cambia de opinión. Está en su derecho, claro. Seguramente ahora que tiene el poder, tendrá información que yo no tengo, ni usted, y ello ha motivado dicho cambio. Presos a la calle, sin que se arrepientan y prometiendo repetir jugada.

Vale.

Sánchez nos dice que es lo que hay que hacer, que no nos preocupemos, que dejemos el asunto en manos de los mayores, y que nosotros a lo nuestro.

Pero no ha preguntado a nadie, y cuando salió ganador en las elecciones decía lo contrario. Tal vez, incluso, salió ganador porque decía lo contrario.

Puede que esto no sea tan importante como entrar en la OTAN. Tal vez no sea tan importante como la guerra de Irak.

O tal vez sí.

Lo cierto es que el pueblo, siendo soberano, debe ser soberano. Cuando un político gana unas elecciones diciendo una cosa y luego hace la contraria sin preguntar a nadie en un asunto de soberanía nacional, la palabra Soberano pasa a escribirse con mayúsculas, porque está haciendo, a mi juicio, un uso indebido de un voto legal, legítimo y bienintencionado.

Pero, sobre todo, el presidente obvia lo más importante. Si nos hubiese preguntado en algo tan delicado, si lo hubiese explicado debidamente, si hubiese tomado el tiempo para fomentar el debate en la calle, tal vez nuestra respuesta hubiese sido que sí. Son unos indultos, sí, competencia gubernamental, pero relativos a personas que han atentado contra el concepto de soberanía nacional que consagra la vigente Constitución, luego tal vez fuese procedente saber qué piensa la gente.

Y eso, amigos míos, sí que redundaría de forma definitiva en que la convivencia mejorara de forma notable. Y hubiese ganado el respeto internacional de nuestro pueblo. Por no hablar del respeto de los catalanes que hoy ansían ser independientes. Y hubiese acallado a la oposición, tan beligerante con la materia, que la utilizan hoy como coartada para casi todo.

Y si hubiese salido que no, ello no impediría el diálogo. En Cataluña he visto carteles en las casas que dice “votar es normal”. Pues normal debe ser. El presidente hubiese ganado prestigio popular, por demostrar que confía en su pueblo, y de paso el internacional, por haber contado con la opinión popular en un asunto tan importante como es la Soberanía nacional. El mundo sabría lo que piensan los españoles al respecto, y los catalanes independentistas también, algo que ahora no se sabe. No sabemos, en realidad. De paso, hubiese ganado el respeto de la oposición, algo que también hubiese redundado en la mejora de la convivencia, que debería ser entre los 46 millones de españoles, no entre los 2 millones y pico de independentistas catalanes.

Para el presidente, hubiese sido un “win win”, como gusta de decir a los estrategas que nos rodean. Para el mundo hubiese sido un “pensamos esto”, algo que no ha de pasar desapercibido a ningún demócrata que se precie. Y para España sería la muestra de respeto debida por parte de nuestros dirigentes. Algo que no debería detener ningún proceso de diálogo, que siempre ha de estar abierto.

Pero me temo que la altura de miras de González es algo del pasado.

No Comments

Post a Comment