SOBRAOS

(Aviso: texto inapropiado para veganos o vegetarianos)

La bandeja había entrado en el horno la noche anterior, la de Nochebuena, con el cabrito, sal y un fisco de agua. Por la mañana languidecía sobre el fregadero, llena de agua y jabón para rendir la roña. Estropajo en mano, procedí a liberar grasas, gelatinas y otros productos que no se sabe muy bien de dónde salen. Tras un rato de faena, con la bandeja casi rendida a mis pies, una díscola esquina me miraba desafiante. La grasa se había hecho fuerte allí, y a pesar de que yo metía más fairy, le daba con el estropajo y enjuagaba… resistía. El rincón sublevado aguantaba los embates de mi autoridad con irracional enconamiento.

Habida cuenta de la insurrección, me separé de la bandeja y la miré, tratando de razonar. La noche anterior me había mandado el cabrito, sí, pero además sus papitas negras, brécol al horno con su bechamel, un caldo previo, unas trufas después, algo de turrón, tarta de requesón y un whisky para la sobremesa. Concluí que la bandeja era una mimosa al ponerse así por un cabrito de nada. ¿Cómo debía ponerme yo, con todo lo que había cenado?, pensé mientras seguía fregoteando. En consecuencia, a mi mente acudió una pregunta de inmediato: ¿De qué carajo estamos hechos para filtrar todo lo que me tragué la noche anterior y estar presentable al día siguiente?

Unos dirían que de células, tal vez de átomos, de ácido desoxirribonucleico, y ribonucleico. Otros que si los neutrinos, que si los quarks, que si la teoría de cuerdas, que si las vibraciones. Algún flipado diría que somos el producto de la ley de la atracción… El gran Goyo Jiménez dijo aquello de que estamos hechos de la materia que conforman los sueños… qué crack. Alguien más práctico afirmó que el hombre es lo que come.

Pero si así fuera seríamos como bandeja, llenos de grasa y pidiendo fairy por señas.

Por tanto, concluyo que tenemos que ser algo más.

Mientras lo averiguo, cada vez que paso ante la bandeja del horno reconozco que me vengo arriba cuando observo que esta me mira un tanto incómoda, seguramente con sensación de inferioridad, de envidia, de impotencia, no sabría decir. Como diciendo, “qué le pasa al sobrao este…”.

Ello, no obstante, no contesta la pregunta formulada, que sigue latente en mi interior.

¿De qué carajo estamos hechos?

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