SUPERFOLLÓN

Yo aún recuerdo cuando en el baloncesto se permitía sólo un extranjero, que invariablemente era americano. De hecho no se hablaba de “el extrajero”, sino directamente de “el americano” de cada equipo. Recuerdo que el Madrid jugaba con dos, porque Wayne Brabender se nacionalizó español en 1968, y así fue posible que Pedro Ferrándiz le quitara a Clifford Luyk a los Knicks de Nueva York para ficharlo en el Madrid. Ha llovido algo. Cuando se permitió el fichaje de hasta tres extranjeros en el baloncesto, aún recuerdo a los mayores decir que en un equipo de baloncesto, donde jugaban cinco, eso sería el final del baloncesto en España, porque si no podían jugar los españoles, fin de la historia.

Y la historia fue que poco después ganamos la plata olímpica y hemos sido campeones del mundo, subcampeones y tenemos, y hemos tenido, unos cuantos jugadores en la NBA. Incluso en la final de la NBA, los hermanos Gasol llegaron a competir entre ellos.

Puede usted pensar que esto ha sido una simple casualidad, pero ¿y si no?

A veces, las condiciones de competitividad extrema sacan lo mejor de la gente, y me da la impresión de que en el baloncesto ha sido así.

El proyecto de la Superliga se ha rechazado desde prácticamente todos los estamentos conocidos por egoísta, elitista y no sé cuántas cosas más. Y es posible que sea así.

Pero, desde mi desconocimiento, aquí hay cosas que me descuadran un poco.

Lo primero que me choca es que alguien como Florentino Pérez tenga una iniciativa egoísta en una actividad de la que no saca un euro. Si todos los clubes se arruinan, además de que el Estado deja de cobrar unos 4.100 euros en impuestos y pierde casi un 2% del PIB, a él no le supone ningún problema personal. Tiene dinero por castigo. Por tanto, ¿por qué esta iniciativa? ¿Por qué se suman seis equipos ingleses y ahora se dan de baja a las primeras de cambio? No me puedo creer que los firmantes que ahora se marchan no fueran conscientes de que la UEFA iba a poner el grito en el cielo. Igual que la FIFA. Son el “establishment” oficial, los grandes perjudicados, con la Champions League en cabeza. Es fácil hoy decir que por pequeña que sea la probabilidad, no se debe eliminar la posibilidad de que un equipo pequeño juegue la Champions si le vienen bien dadas.

Yo no sé cuándo fue la última vez que usted vio un partido de segunda, o de primera de media tabla para abajo, pero si tiene problemas de insomnio, lo recomiendo vivamente.

Los clubes deambulan entre deudas, nivel de juego más que discutible y bostezos, en un deporte donde al final siempre están los mismos jugándose los 120 millones que otorga el mayor premio, que es ganar la Champions.

Esta Superliga propone un fondo de solidaridad de 10.000 millones para los equipos menores, algo que casi cuadruplica lo que los organismos oficiales actuales consiguen. Esto será, seguramente, una de las cosas que han escocido a más de uno del “establishment”. El monopolio implantado ve tambalear una serie de puestos de personas que sí que cobran dinero por estar ahí. No sé de dónde los van a sacar. Pero a veces, simplemente por ver quién se opone, llegas a conclusiones.

Por ejemplo, el PSG se ha quitado de en medio enseguida. Reproduzco textualmente lo publicado por El Confidencial hace dos días:

‘The Athletic’ explica que el presidente del PSG, Nasser Al-Khelaïfi, forma parte del Comité Ejecutivo de la UEFA y de la ECA, por lo que el catarí no veía con buenos ojos traicionar la confianza de Aleksander Čeferin tal y como hizo Agnelli. En este sentido, Al-Khelaïfi también lidera BeIN Media Group y posee los derechos televisivos de la UEFA Champions League.

Los motivos que aquí se esgrimen no parecen muy deportivos, precisamente. Del mismo modo, me llama la atención los términos en los que Beckham, hoy propietario de Inter de Miami, se pronunció en contra de la Superliga, que también reproduzco literalmente:

“Me encanta el fútbol, ha sido mi vida desde que tengo uso de razón. Lo amo como fan desde que era un niño y aún soy un fan. Como jugador y ahora como dueño de un club sé que el deporte no es nada sin los aficionados. Necesitamos que el fútbol sea para todos. Necesitamos que el fútbol sea justo y necesitamos competiciones basadas en el mérito. Si no protegemos estos valores, el juego que amamos estará en peligro”.

Con todos mis respetos a su talento futbolístico, esto lo dice alguien que vino a jugar a España a cambio de forzar una modificación legislativa para pagar menos impuestos de los que se pagaban. Tanto es así que se vino en denominar coloquialmente la “ley Beckham”. Una modificación de la ley del impuesto de la renta de 2005 que permitía pagar un tipo fijo del 19,5% a estos jugadores supermillonarios. Una vez conseguido, hablar de meritocracia y de los derechos de los equipos pequeños…, no sé yo.

¿Que la iniciativa de Florentino es insolidaria y egoísta? Es posible.

Pero también es posible que cuando los Estados tengan que acudir a rescatar a los equipos de fútbol por el bien común (el Barcelona debe 1.100 millones de euros y 900 vencen como quien dice pasado mañana y no tiene pasta) saldrán muchos de los que hoy cargan tintas contra Florentino a decir que parece mentira, con lo que se mueve en el fútbol, que ahora tengamos que poner dinero de impuestos para rescatar equipos.

Y si no, al tiempo.

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