VIDAS CIRCULARES

Se ha plasmado de diversas formas en historias, en cuentos, en pelis. Nunca lo había entendido. Tal vez ahora sí. Aunque tal vez no…

Pero cuando naces, te encuentras a merced de todo. De un catarro, de un golpe, de que te alimenten, de que te lleven al médico. ¡De que te den la chupa! De que te acunen. Alguien dejará de dormir por ti, alguien velará por tu bienestar, alguien te enseñará a gatear, a ponerte en pie, a andar. Alguien te enseñará a entender el lenguaje, que tratarás de imitar, torpemente al principio. Luego mejor. Qué cosas tiene el niño, lo que se le ocurre, qué listo es, ya lo entiende todo… y otros comentarios similares, poblarán las bocas de los orgullosos adultos, que verán como comienzas a comprender unos signos extraños dibujados en un papel. Incluso los imitas. Los pintas casi igual, aprendes a leerlos. Es como magia.

Pero pronto, y más allá de los signos, poco a poco comienzas a entender su significado real, el objeto último de aquello que lees. Son caracteres que sirven para que aprendas materias. Esos caracteres misteriosos no eran sino el paso necesario para entender. Todas. La historia, la física, las matemáticas, las ciencias sociales. Aprendes. Aprendes. No paras de aprender. Tu cerebro se expande y se expande, y un día es capaz de albergar ideas abstractas, que difícilmente pueden explicarse con palabras, que hay que sentirlas, vivirlas, percibirlas. El amor, la decepción, la belleza, lo sublime. Te gusta. Comienzas a pensar en abstracto, y también en concreto, según el caso. Tu cerebro es tuyo y lo usas a placer. Qué placer. Piensas, vives, observas, meditas, razonas, controlas. Te acostumbras. Pasa a ser un bien más, que tenía una utilidad escondida, y cuya exploración ha resultado el viaje más apasionante de tu vida, porque no parece tener límites. Lo llevas más allá, y te responde. Y sacas esa oposición, y aprendes ese idioma, y tocas ese instrumento, y superas una adversidad. Y otra. Y otra. Muchas adversidades para tu gusto, pero bueno, es lo que toca. Te acostumbras. Te acostumbras. Ves cómo nacen otros, y un día comienzas a cuidar de ellos, de los que están a merced de todos. Los velas, los acunas, les das la chupa, los llevas al médico. Los consuelas, los alimentas. Todo vuelve a empezar, y empieza como mismo empezó. Te ríes, porque el proceso lo recuerdas perfectamente. Lo has vivido, y ahora eres tú quien ayuda.

Pero pasan los años muy rápido. Demasiado rápido. Y un día no recuerdas algo. Otro día se te cae algo de la mano. Es recurrente. Te ríes. No te haces caso. Una fecha, un nombre, y lugar, un hecho reciente… qué más da. Toda esa preocupación que tenías de forma permanente, todas esas adversidades, te parecen cosas insustanciales. Pero otro día, sin saber por qué, tienes miedo de cosas de las que no tenías miedo desde hacía ya muchos años. De perderte, de no saber… no saber qué es lo que no sabes. De que alguien se de cuenta. ¡No, por Dios! Déjenme tranquilo.

Y empiezas a desaprender. Dejas de entender lo abstracto, el lenguaje no escrito, las actitudes, y todo por ahí para abajo, hasta que te cuesta entender lo que lees. Mucho menos el sentido de lo que se esconde tras aquellos caracteres tan extraños que un día aprendiste. Para entonces, ya lo saben todos, y tú, que has vuelto a recuperar tu desinhibición, en un proceso de regreso al principio que sólo tú entiendes, sigues imbuido en ese proceso de desaprendizaje. Un día no podrás conducir, otro no podrás comprar, comer, vestirte, ni ocuparte de ti mismo.

Y en ese momento, esas personas que en su día alimentaste, vestiste y enseñaste a andar, te alimentan, te visten y te ayudan a andar.

Pero, sobre todo, te enseñan a desaprender a andar.

Y acaba como empezó. Eres una de esas personas que termina a merced de todo, que han pasado por un proceso al que han puesto muchos nombres. Demencia de esto, demencia de lo otro, Alzhéimer…

Qué desatino, qué falta de entendimiento…

Son tan solo vidas circulares.

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