Y VENGA VIVIENDAS

Reunidos en cónclave las mejores mentes del lugar comentaban ese problema que parece haber salido de ningún sitio. No hay viviendas para los jóvenes. Tampoco para algunos mayores, cierto es. Nada que no se pueda resolver con buena perspectiva y algo de imaginación, pensaba el líder. Y, por qué no, también algo de dinero, que eso no es problema nunca. Si no lo tenemos, lo fabricamos. Como siempre.

Uno respondió que, en realidad, lo que falta es trabajar pensando en el prójimo, y que los constructores son avariciosos. Otro, que lo que se necesitan son viviendas en alquiler, no en venta. Le contestan que las que van para alquiler tienen que construirse también, a lo que el anterior contesta frunciendo el ceño. Otro dice que esto es algo temporal, que se hacen las viviendas y listos, que tampoco es para tanto. Otro afirma que en este país las cosas funcionan gracias a la voluntad política, y que toca fajarse. Arrimar el hombro, dejarse la piel… esas cosas.

Por fin, la voz firme del líder se eleva por encima de todas las demás, y expresa algo que nadie había escuchado antes.

–¿Y si reunimos a los constructores para que nos den sus recetas?

Miradas de sorpresa, cuando no de requiebro, suspiros entrecortados, negativas no pronunciadas porque quien manda, manda. Bueno, vale, lo intentamos, no perdemos nada por ello… la sugerencia del jefe no despierta mayor interés. No parece muy determinante.

Pero los reúnen. Son sólo unos cuantos, porque la mayoría han quebrado en los últimos años, pero los supervivientes ahí están, alrededor de la mesa, los campeones del sector, leyendas vivas del mundo empresarial, poderosos, ricos, influyentes…

–¿Por qué no nos dicen qué necesitan para hacer unas cuantas miles de viviendas? –les pregunta el líder directamente.

Porque en eso es especialista. En atacar los problemas de frente.

Miradas furtivas entre los empresarios. Uno bebe agua, otro se sonríe, otro se mesa el pelo… el más joven hace lo que hacen los jóvenes. Decir lo que piensa.

–La licencia…

El líder lo mira de frente, tratando de intimidarlo con esa mirada con la que habitualmente fulmina a sus oponentes políticos. Esa que nunca le ha fallado.

–¿Cómo que la licencia? Sea usted serio, por favor. Hablamos de los problemas de la gente, no me venga con burocracias.

–La licencia, señor. La licencia. Este compañero ha expresado lo que todos pensamos, lo que ocurre en realidad –dijo el empresario más veterano.

–Llevo dos años esperando por una licencia, y parece que su cuerpo técnico tiene mejores cosas que hacer.

–O tal vez no se pongan de acuerdo entre ellos.

–O tal vez la maraña legislativa que usted ha aprobado los tiene descolocados.

–O acojonados.

–O ambas cosas

–O tal vez pase todo lo anteriormente comentado.

–Denos usted nuestras licencias, ya pagadas hace años, y comenzamos las obras mañana.

La reunión terminó como empezó. Con un apretón de manos y una sonrisa de dentífrico. Mientras los avariciosos empresarios salían del palacio gubernamental, los que allí quedaron, políticos unos, altos funcionarios otros, se miraron.

–Este país no funciona –dijo uno.

–No –dijo otro–. Nosotros intentando ser participativos y nos saltan con lo de la licencia.

–Hay que joderse…

Dieron por terminada la reunión, y antes de asistir al algún acto electoral decidieron tomar un cafelito.

El líder preguntó a uno de sus asesores. Al más importante de ellos, que tomaba café apoyado en un mueble.

–Y licencia esa… ¿para qué dices que sirve?

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